Por Alejandro Sturniolo*
La pandemia del COVID-19 nos ha permitido comparar a partir de los canales de Venecia, unas de las imágenes más impactantes, el resultado de nuestra interacción con cientos de ríos en todo el mundo, reservas de agua y hasta con el aire. Las fotos del antes y el después de que un tercio del mundo parara por este virus hablan por sí solas. ¿Qué pasaría si, en vez de tomarle una foto al agua, le realizamos una radiografía?
Si nos preocupa lo que vemos en estas fotos, más nos tendría que preocupar lo que no es visible, y lo que seguramente no es de nuestro conocimiento. Para tener una referencia, según la OMS alrededor de 56 millones de personas fallecieron en 2017 en todo el mundo, 12,6 a causa de la insalubridad del medio ambiente, casi una de cada cuatro personas
Empezando por los océanos, no todo el dióxido de carbono que nos preocupa del calentamiento global emitido a través de actividades industriales humanas permanece en la atmósfera. Entre el 25% y el 50% de estas emisiones son absorbidas por los océanos, volviéndolos más ácidos. Por esta razón, se denomina a la acidificación de los océanos, la gemela malvada del calentamiento global.
Este proceso puede causar una reducción del plancton, afectando a especies que sustentan la cadena alimentaria (compuesta por otros seres marinos como también nosotros) y juegan un papel importante en la regulación del clima global. Si esto continúa avanzando a esta velocidad, en 75 años pueden extinguirse 30% de las especies marinas.
Por otro lado, lo que no llega por la atmósfera puede llegar desde los ríos, donde tratados o no, arrojamos efluentes y descargamos nuestros desagües pluviales. En el caso de los efluentes no tratados, cuentan con la presencia de organismos patógenos (provenientes en su mayoría del tracto intestinal), metales pesados, productos de higiene personal, fármacos, plásticos y microplásticos (menores a 5 mm), químicos cancerígenos, fertilizantes y pesticidas que hacen que estas aguas sean consideradas extremadamente peligrosas.
En algunos lugares, estas vuelven a ser consumidas sin tratamiento y, no solo llegan al mar a envenenar nuestros océanos, sino además a gran parte de la población mundial. Debido a esta problemática, 1,8 millones de personas mueren cada año por enfermedades diarreicas (incluido el cólera); un 90% de esas personas son niños menores de cinco años, principalmente procedentes de países en desarrollo.
Otro gran problema cada vez más presente en aguas superficiales es la presencia del fósforo y nitrógeno que aportan, sobre todo, los líquidos cloacales. Esto favorece la presencia de cianobacterias, organismos con ciertos rasgos de bacterias y algunas características de algas que pueden ser tóxicas tanto para animales como para las personas.
El Río Suquía en la provincia de Córdoba, Argentina, es uno de los más castigados por esta problemática. La descarga de nutrientes de los líquidos cloacales no se limita solo a las cianobacterias, ni a un problema local donde estos contaminantes son liberados al medioambiente.
La combinación de estos nutrientes, los generados por la agricultura (62% de lo que llega a nuestros océanos), el aumento en la temperatura del agua de los océanos provocada por el cambio climático y la ayuda de los fertilizantes que llegan a nuestros ríos son la fórmula perfecta para la aparición del sargazo que crece las costas del Caribe.
La actividad forestal también incide en este efecto. Una vez que el sargazo se almacena en las playas, se produce la descomposición de la materia orgánica. Además del olor fétido, la putrefacción de las algas genera lixiviados, ácido sulfhídrico y arsénico que pueden contaminar los suelos y los ecosistemas.
Cuando las algas están en suspensión hacen que el agua esté turbia, e impiden la fotosíntesis de otras especies de algas y pastos marinos, acabando con el oxígeno en la región y haciendo que otras especies de algas y acuáticas también mueran.
La radiografía también nos muestra el avance del plástico. Se estima que actualmente llegan 8 mil millones de toneladas al mar por año. Como es conocido, el plástico no se degrada en el medio ambiente, sino que se rompe en partículas cada vez menores formando microplásticos.
En el mar, esto ocurre por acción de los rayos ultravioleta, sumado al movimiento de las olas y la acción de algunas bacterias. Muchos animales marinos confunden este contaminante con comida y no logran eliminarlos, por lo que se bloquea su tracto digestivo y mueren de hambre con el estómago lleno de estos componentes.
Debido a su tamaño diminuto, está demostrado que los microplásticos pueden salir del mar hacia la atmósfera y volver a la tierra, gracias a un fenómeno llamado efecto de explosión de burbuja, donde el viento ayuda a transportarlas y se incorporan a los microplásticos ya presentes en el aire.
Pueden también viajar por la atmosfera y llegar a la punta de las montañas más altas del globo, volver a tocar nuevamente el suelo gracias a la lluvia y percolar en nuestros acuíferos para llegar a nuestra mesa como agua mineral e ingresar a nuestro organismo (una persona podría estar ingiriendo 5 gramos por semana de estos plásticos, es decir, el peso equivalente a una tarjeta de crédito), para luego seguir viajando al salir de nuestro organismo por los efluentes a nuestros ríos.
Un estudio de la Universidad del Estado de Nueva York en Freedonia, encontró un promedio de 325 partículas de plástico por cada litro de agua embotellada analizando 259 botellas de 11 marcas distintas en 9 países diferentes.
Un trozo de plástico puede adsorber químicos de todo tipo, hasta enconder virus en su interior y transportarse por diferentes continentes durante años. Algunas de estas sustancias tóxicas presentes en los microplásticos son los llamados Contaminantes Emergentes.
Entre los que más han ganado popularidad, están las sustancias perfluoroalquiladas (PFAS). Son cerca de cinco mil sustancias con innumerables usos. El más conocido es el Teflón, que es usado en utensilios de cocina, mientras que otras sustancias de este grupo se usan en alfombras y espumas contra incendios.
Estas sustancias también son emitidas al medio ambiente a partir de las fábricas donde son producidas, acabando en el aire, ríos, consecuentemente en océanos y el agua que tomamos. Está demostrado que algunos tipos de PFAS son cancerígenos, aumentan los valores de tiroides y colesterol, y afectan al feto produciendo deformidades al nacer, entre otras enfermedades.
Son llamadas sustancias “para siempre” porque se acumulan en nuestro cuerpo y el medio ambiente y nunca se degradan. Más del 98% de las muestras de sangre de los estadounidenses contienen PFAS. En nuestras latitudes todavía no es una práctica normal de análisis de laboratorio.
La radiografía de nuestro planeta nos muestra que no está en buenas condiciones, y que en algunas ocasiones ya pasamos el punto de retorno, aunque no lo veamos. Llegó el momento de tomar en serio nuestra responsabilidad y respetar al medio ambiente o, en otras palabras, cuidar nuestra vida.
Nuestra esperanza es que, además de comenzar a responsabilizarnos de los residuos que generamos, contamos con la tecnología y la ingeniería para evitar continuar contaminando el medioambiente o intoxicarnos de la forma que lo venimos haciendo.
Estas tecnologías incluyen desde la utilización de energías renovables (solar, eólica, biomasa, e hidráulica), el reúso de efluentes, tratamiento de aguas residuales con remoción de nutrientes (nitrógeno y fósforo), de lixiviados de residuos sólidos urbanos, hasta los tratamientos de membranas de múltiples barreras para la remoción de contaminantes emergentes para la generación de agua realmente pura.
*Alejandro Sturniolo es Directivo de ALADYR (Asociación Latinoamericana de Desalación y Reúso de Agua) y vicepresidente de IDA (Asociación Internacional de Desalinización)